viernes, 15 de mayo de 2009

La influencia de la Influenza



“A lo que más le temo, es al miedo”

Michel de Montaigne



Ya había existido la influenza española, luego el SIDA y el ébola en el continente africano, después las vacas locas en el mundo anglo-sajón, luego la gripe aviar en el mundo asiático, también ha habido las influencias de los efectos vodka, tequila, tango y dragón. También tuvimos al chupacabras, los tsunamis, el niño. Pareciera que hubiera modas catastróficas.



Ahora nos tocaba (y lo que nos faltaba, como están las cosas en el mundo) esto de la Influenza porcina: que si era, que si no lo era, que ya no es porcina, que ya es humana. Que si es ataque de bioterrorismo externo, que si es descuido de las autoridades sanitarias locales correspondientes.



Que si es un invento de los medios, que si esto es político, que alguien necesariamente sacará raja de todo esto. Que si los banqueros, que si los malvados gringos o los chinos. Que si hay más muertos, que si hay menos muertos. Que no nos los han presentado, que los esconden. Que ya es pandemia, que la OMS no puede estar equivocada, y con ella los gobiernos de los países y sus jilgueros, los medios de comunicación masiva. La historia del uso y abuso de este tipo de sucesos, nos ha mostrado la manera en que la clase política y financiera sacan tan buena tajada de estos pasteles: llámense epidemias, guerras, crisis monetarias, catástrofes naturales, hambrunas, incluso los imaginarios extraterrestres.



Que si debe traer el tapabocas, que de cuál; que si no importa ahogarse aunque sea con sus propios miasmas, pero no de gripa. Que no debe hacerse bolas la población, que cuántos por metro cuadrado deben convivir como máximo; que no los bese, ni los abrace y a qué distancia debe usted platicar con alguien. Que si las parejas podían dedicarse a la sana actividad del intento de reproducción de la especie humana y no morir en el intento por el contagio. Que si debe comer carne de cerdo, que si no importa, siempre y cuando no haya tenido contacto corporal muy cercano con el animal (un cerdo), o sea, abrazarlo, besarlo o vaya usted a saber que otra malintencionada acción. Que si sigue latente, que si ya hay remedio, vacuna o pócima que la prevenga o cure. Y un largo et-cétera



Mientras estos estira y afloja, dimes y diretes se sucedían; la población estaba que se moría, pero de miedo. Lo más más interesante y curioso para la observación sociológica, es la manera, tan sencilla que se puede inculcar, inducir el miedo, y además la manera, aún más sencilla y tan simple en que las personas caemos en él, por demás, nos entregamos al miedo. Por supuesto que aquí tienen sus papeles protagónicos, la incertidumbre, la superstición, y por qué no decirlo, la ignorancia. Es como en la religión: para los feligreses es más fácil y cómodo escuchar a los ministros, curas y pastores, que sacar sus propias conclusiones y sus juicios a partir de la lectura directa de la sagrada escritura. Lo mismo en este caso, quién rayos se va a poner a enterarse seriamente sobre epidemiología, o de historia de las epidemias, o sobre cómo los sistemas financieros se benefician con esto. Es más fácil y cómodo escuchar los medios autorizados, que ya han seleccionado, filtrado y acomodado (y ocultado también) la información a conveniencia de la situación. Y claro, entregarse redondamente (diría mi abuelo materno) al miedo, al temor, a la zozobra, con algo que evidentemente pone en peligro una supuesta “estabilidad” de nuestras vidas.



Nos entregamos al llamado miedo político, el temor de la gente a que su bienestar colectivo resulte perjudicado; a la intimidación de hombres y mujeres por los gobiernos o algunos grupos de poder, con repercusiones amplias: dicta políticas públicas, lleva nuevos grupos al poder y deja fuera a otros, crea leyes y las deroga. Considerando el miedo político como la base de nuestra vida pública, nos rehusamos a ver las injusticias y las controversias profundas. Nos cegamos ante los conflictos del mundo real que hacen del miedo un instrumento de dominio político, nos negamos las herramientas que mitigarían dichos conflictos y, en última instancia, aseguran que sigamos sometidos por el miedo, y por añadidura, justificamos y alentamos las mismas medidas que provocan nuestro miedo. (Vid Corey Robin. El miedo. Historia de una idea política, México, FCE, 2009). Ya lo mencionaba el estoico Epicteto (50-138 d. C) en su Manual: “Lo que turba a los hombres no son las cosas, sino las opiniones que de ellas se hacen”.


Ahora si bien portaditos y a hacer aquello que nos enseñaron desde el jardín de niños y que debimos hacer siempre como el muñeco Pimpón: lavar nuestra carita y manitas con agua y con jabón.


Norberto Zúñiga Mendoza