viernes, 27 de marzo de 2009

Hordas del Caos: Todos contra Todos



Para Mille Petrozza: Ultra Riot....!!!
WE'LL STILL KREAT
El tema de la violencia, se ha convertido en uno de los rasgos característicos (muy indeseables) de nuestro dizque nivel de civilización en los últimos tiempos. Ésta ha ido permeando en todos los estratos de nuestras sociedades y se ha vuelto, en cualquiera de sus formas (materiales y simbólicas), parte de nuestro mundo de la vida. Da la impresión que nos fuera ya imposible vivir sin esta idea. Se manifiesta de diversos modos: en guerras, secuestros, asaltos, la contaminación ambiental, las crisis económicas y la consiguiente y constante amenaza de la pérdida de nuestros modos de subsistencia, el bombardeo de la propaganda comercial y electoral, los enfrentamientos entre las tribus urbanas y un largo etcétera.




En un artículo publicado por el sociólogo alemán Hans Magnus Henzensbeger y que valdría la pena recordar ahora, hay señalamientos que son, no obstante el tiempo transcurrido desde su aparición, muy actuales. Escribía en “Todos somos la guerra civil” (Nexos, N° 189, septiembre, 1993), y bajo aquél clima de un neoliberalismo triunfante en la Guerra Fría: “En el principio fueron los ideales y la apuesta por la esperanza de un futuro con rostro humano…La historia, sin embargo ha despojado de todos sus afeites los sueños de un mundo mejor. En la nueva carta de la violencia que parece reciclar algunos de los peores impulsos del hombre, las ideas brillan por su ausencia bajo el resplandor helado del apetito por la destrucción…Ahora en lugar de la Guerra Fría, un nuevo orden internacional nace bajo el signo de la guerra civil a finales del siglo XX […] En la actualidad hay en el mundo treinta o cuarenta guerras civiles. Todo parece indicar que en el futuro, esas guerras no disminuirán sino aumentarán en su cantidad” […] “Me temo –anota el autor más adelante- que, más allá de todas las diferencias, existe un denominador común. Por un lado el carácter autista de todos sus protagonistas; por el otro, su incapacidad para distinguir entre destrucción y autodestrucción. En las guerras civiles actuales ha desaparecido casi toda legitimidad. La violencia se ha liberado de cualquier fundamentación ideológica…el odio es suficiente…De este modo cualquier vagón del metro puede convertirse en un Bosnia en miniatura, ya no son necesarios los judíos para un pogrom (la persecución de los judíos en la Rusia Zarista) ni los contrarrevolucionarios para una purga. Ahora basta y sobra si a uno le gusta otro equipo de futbol, si una tienda de legumbres es mejor que la del vecino, si uno se viste de otro modo, habla otro idioma, lleva un turbante en la cabeza o necesita una silla de ruedas. Cualquier diferencia se convierte en un riesgo mortal.” Como vemos, y según lo que comentábamos al inicio, esto que hoy vemos como brotes de violencia (cualquiera que sean sus móviles), se traduce abiertamente, al final de cuentas, en enfrentamientos entre los ciudadanos, entre nosotros; son, aunque nos cueste aceptarlo, verdaderas guerras civiles, enfrentamientos de todos contra todos.


Por cierto y para aquellos que simpatizan con la idea de que el ejército salga a la calle. En días pasados, en la ciudad de Querétaro, al menos 70 elementos del ejército irrumpieron en un restaurante algo elegante bajo la consigna de encontrar en dicho lugar a un líder “Zeta” (Excélsior 5 de marzo de 2009). Los comensales y la encantadora ciudadanía queretana han levantado la voz reclamando justicia ante la violación de sus derechos y privacidad. El principal argumento es que el ejército fue incapaz de distinguir a la gente “buena” de la gente “mala”. Quiero atraer aquí, a propósito del caso, una anécdota medieval a manera de recordatorio: En 1209, el papa Inocencio III proclamó una cruzada contra los heréticos cátaros de Languedoc, en la actual Francia. Los ataques no tardaron en convertirse en una especie de guerra civil entre los que se alineaban a favor o en contra de la causa papal y culminó en una serie de infames masacres, de las cuales la más cruel tuvo lugar en Béziers, donde el legado pontificio ordenó a las fuerzas al mando del mercenario Simón de Montfort, sitiar la ciudad y acabar con los herejes. En la refriega del combate, sus hombres le dijeron a Simón que era difícil distinguir a los cátaros de los cristianos. Entonces ordenó canónicamente: “Matadles a todos, que Dios ya sabrá cuáles son los suyos”.




Que nos sirva de lección y es preciso aprender sobre el verdadero papel de la violencia en la historia de la humanidad y de la insensatez de la guerra, ese “tragiquísimo accidente de la incomprensión de los hombres” (G. Levi, 2005) y sus consecuencias; y no promover o apoyar discursos que en lugar de contrarrestarla, solamente son su apología y nos convierten en verdaderas hordas del caos.




Norberto Zúñiga Mendoza