miércoles, 29 de junio de 2011

Y nosotros, ¿cuándo?

Hay palabras en nuestro vocabulario cotidiano que de tanto utilizarlas pierden su sentido original, adquieren otro distinto o, en el peor de los casos, quedan completamente vacías. Tal es, desde mi perspectiva, el uso de las palabras inteligente o inteligencia.

Hay edificios inteligentes, maquinas inteligentes, misiles inteligentes (habrase visto u oído, armas de destrucción humana ¡inteligentes…!!!), artículos domésticos inteligentes, retretes inteligentes y también la intención de una escuela inteligente (con perdón de D. Perkins). Del mismo modo hay inteligencias artificial, emocional, y bueno, según ha demostrado H. Gardner, las hay múltiples; y hasta se ha inventado algo con qué medirla, con lo que no se han terminado de poner de acuerdo los especialistas: el mentado IQ (el índice de coeficiente intelectual), por demás fuertemente criticada su validez, debido a su finalidad clasificatoria más bien con carácter prejuicioso y racista. (Véase por ejemplo, la obra R.C Lewontin, et al. No está en los genes. Crítica del racismo biológico. Crítica, 1984).

Esta adjetivación que ha adquirido el término, se ha transformado en su una propia cosificación. En palabras de Marx en el Capital, se ha “fetichizado”. Se ha transfigurado en un fenómeno social/psicológico adoptando “para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, buscando amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso”. De tal suerte, la inteligencia y lo inteligente no son ejercicio o atribuciones de la mente sino más bien un “producto” (¿mercancía?) que se nos aparece como una “figura autónoma, dotada de vida propia”. En este discurso, el ser humano ha perdido sentido, e incluso su lugar.

Tenemos, de este modo, muchas cosas inteligentes, que se venden y compran. La inteligencia y lo inteligente han adquirido vida propia, Y nosotros, los seres humanos, ¿cuándo será nuestro turno de ser inteligentes?